El surgimiento del grabado como lenguaje artístico en Venezuela nos lleva inevitablemente a hablar de Luisa Palacios. Nacida el 10 de mayo de 1923, ya desde muy pequeña, la Nena Palacios (como era conocida en el mundo del arte) se vio relacionada con diversas prácticas artísticas, principalmente gracias a sus tías, Carmen Elena de las Casas (decoradora y pintora), quien la introdujo en sus primeros pasos al dibujo, así como también a la composición y al análisis plástico, y Elisa Elvira Zuloaga (pintora, una de las precursoras de la gráfica en nuestro país). 16 Desde muy temprana edad recibió clases de pintura y ballet. Precisamente, fue el ballet la preferencia artística a la que estuvo inclinada, y en esos años pretendía ir a Europa a estudiarlo, pero tuvo que descartar la idea debido al desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. De tal manera que Luisa Palacios, permaneciendo en Venezuela, optó por ingresar a la Escuela de Artes Plásticas, lo que era un logro poco común para las mujeres venezolanas de 1939.17
En la Escuela, aventajada con respecto a sus compañeros en varias materias, gracias a su excelente formación personal –no sólo la que había recibido de parte de sus tías, sino también de parte de personalidades como Mariano Picón Salas y Andrés Eloy Blanco, en el Colegio Bachillerato Santa María–. Allí estudió con Mary Brand y Mercedes Pardo, como también con Alejandro Otero, Virgilio Trompiz y Pascual Navarro.18
Como mencionamos anteriormente, Pedro Ángel González impartía clases en el taller de grabado de dicha institución y Luisa Palacios participó como una de sus alumnas, sin embargo, para ese momento la gráfica todavía no había generado en ella mayor interés, pues su atención estaba dirigida hacia la pintura y el color. “Entonces me parecía que no tenía sentido meterme con una plancha para hacer una cosita que debía salir al revés.” 19Declaró Palacios.
Años más tarde, en 1954, fue cuando se dio el detonante iniciático de Luisa Palacios en las artes gráficas, durante un viaje a España donde pudo presenciar los grabados de Goya.
16 Jiménez, Ariel. Luisa Palacios, un homenaje. pág. 11.
Para ese entonces, Luisa Palacios ya había culminado sus estudios de artes formalmente en 1941.
Hacia 1944, se casó con Gonzalo Palacios, con quien tuvo dos hijas, María Fernanda e Isabel, en ese entonces pausó por un tiempo su trabajo artístico. Y fue después, en 1955, gracias a Abel Vallmitjana, quien dictaba clases particulares de pintura a su hija María Fernanda, que Luisa Palacios retomó el dibujo y la pintura. También por aquellos años se introdujo a la cerámica, sobre la cual recibió clases impartidas por Miguel Arroyo.
Ya en 1957, también junto a Gonzalo Palacios y con Amalia Oteyza, fundaron el taller de cerámica “Otepal” (Oteyza-Palacios) en la casa Oteyza, quien años más tarde se iría de Caracas, lo que ocasionó que ese taller tuviera que trasladarse al Jardín de los Palacios,21 donde luego se constituyó la agrupación de “El Taller”. A esa agrupación asistirían personalidades como Mercedes Pardo, Humberto Jaime Sánchez y Alejandro Otero, entre otros artistas, quienes en principio se interesaron en desarrollar las artes de la cerámica y el esmalte sobre metal. Gracias a aquellas prácticas se dio una de las etapas más importantes en la carrera de Luisa Palacios, lo que la consagraría como una de las ceramistas más reconocidas de nuestro país.
Fue ya en 1960, cuando Luisa comenzó a experimentar formalmente con el grabado, gracias a una prensa que le regaló su tía Carmen Elena de las Casas.22 Para ese momento no tuvo maestro y trabajó por ensayo y error, con la ayuda de libros, además de los consejos que le dieron allegados como Leufert y Gego, quienes ya tenían experiencia en este lenguaje artístico.23 Así comenzó a desarrollarse la artista grabadora que conocemos hoy en día.
La agrupación “El Taller”, predecesora del TAGA, no estaría solo orientada a la cerámica sino también al desarrollo, intercambio y discusión de técnicas e ideas sobre las artes gráficas. Se convirtió en su momento en “el centro de experimentación más activo que tuvo la plástica venezolana en los años 60.”24
El taller común, la prensa, los instrumentos, todo ese ambiente material reúne a los artistas bajo un mismo interés y de esa convivencia surge el trabajo en equipo, como también se
mantiene vivo el intercambio de ideas, no tan solo sobre las técnicas de las planchas sino sobre el arte en su sentido universal.25
Así pues, a partir de estas actividades de El Taller, Luisa Palacios tomaría la iniciativa, que entonces colaboraría al desarrollo de un nuevo campo en las artes plásticas de Venezuela: Los libros de artista.
Entre los diversos ejemplares que fueron creados por Luisa Palacios en conjunto con otros artistas, podemos resaltar el que se titula Elegía Coral a Andrés Eloy Blanco (1958), donde los grabados originales de la artista se proponen como una metáfora de los poemas de Miguel Otero Silva, los cuales fueron realizados para esa publicación; de esta publicación se realizaron únicamente dos ejemplares, los cuales recibirían posteriormente, durante ese mismo año, el premio de la Dirección de Cultura de la Tercera Exposición Nacional de Dibujo y Grabado de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela.26 Igualmente, para 1964 se publicó el libro titulado Me llamo Barro, con poemas de Miguel Hernandez e ilustraciones en aguafuerte de Luisa Palacios.
También de las publicaciones más reconocidas, de las que Palacios fue partícipe, se encuentra Humilis Herba, de 1968. Diseñada por John Lange con textos de Aníbal Nazoa, incluía tres grabados de cada uno de los principales artistas activos de “El Taller”: Humberto Jaime Sánchez, Alejandro Otero y Luisa Palacios. De esta publicación se realizaron un total de cincuenta (50) ediciones para la venta y ocho (8) fuera de comercio, constituyendo un total de quinientos veintidós (522) estampas de carácter único e irrepetible.27
Sobre esa nueva modalidad del libro de artista, que estaba creciendo, Luisa Palacios sostiene que:
[…] el grabado está íntimamente relacionado con el libro, su origen fue la ilustración y no debemos olvidar ese génesis. Si un grabado por sí mismo constituye una obra de arte, su función como compañero del libro, lejos de disminuir su alcance, lo acrecienta. A pesar del adelanto técnico en las reproducciones de pinturas y dibujos, nada puede sustituir en un libro de calidad la presencia de un grabado original.28
No obstante, a pesar de la tradicional afinidad del grabado con elementos editoriales a lo largo de la historia, La Rosa del Herbolario, libro de artista publicado en 1969, invirtió la relación típica de la estampa como ilustración del texto, pues allí los poemas, escritos por Pablo Neruda, sirvieron de acompañamiento de las ilustraciones de la Nena Palacios, no lo contrario. En esa publicación, la cual hoy en día se encuentra en muchas de las bibliotecas más importantes del mundo, cada ejemplar lleva un poema manuscrito y firmado por el poeta chileno, a excepción de un ejemplar especial donde todos los poemas fueron manuscritos por el autor. 29
Quienes lograron en vida compartir con Palacios destacan la importancia que formó la docencia en ella, como preocupación primordial entre sus deberes. Tenía especial interés en el desarrollo de nuevos artistas grabadores, lo que la llevó a dirigir e impartir materias en varios centros de enseñanza: El Centro Grafico, donde se impartía Diseño gráfico y talleres de impresión, creado por Luis Chacón, así como también se encargó de la cátedra de métodos de impresión en el instituto Neumann- INCE en 1965.30
Por esta misma razón fue que en 1975 Luisa Palacios fundó el CEGRA (Centro de Enseñanzas de Artes Gráficas), auspiciado por el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), junto a Manuel Espinoza y Edgar Sánchez, siendo ella quien lo presidiera, a su vez como directora del taller de Aguafuerte.
Para 1978, Alejandro Otero, Manuel Espinoza, Gerd Leufert y Alirio Palacios, junto a Luisa Palacios, firmaron el Acta constitutiva del Taller de Artistas Gráficos Asociados (TAGA), iniciando así una campaña para que dicha institución tuviera su propia sede, la cual terminaría siendo la antigua casa de su tía Carmen Elena de las Casas y que desde ese entonces, lleva el nombre de El Taller. Así, gracias a una donación de Luisa Palacios, se equipó la edificación con los útiles y materiales que darían pie al funcionamiento de la sede oficialmente, en 1980, haciendo del espacio un lugar donde todo aquel que mostrara interés por las artes gráficas podría tener a su disposición.31
Así el TAGA resultó un espacio para el encuentro, la experimentación, la profesionalización y la difusión del grabado, que había pasado inadvertido ya por muchos
años en nuestro país, con la breve excepción del trabajo, sobre todo, de su tía Elisa Elvira Zuloaga y Pedro Ángel González, quienes precedieron a Luisa Palacios en el terreno de la gráfica. “Palacios lograría lo que la academia no pudo: que el grabado calara en el alma de los artistas.”32 Lo que la llevó a ser reconocida como “la maestra de tintas de nuestro país”.
Luisa Palacios, una de las figuras más importantes de las artes del siglo XX en Venezuela, nos proporcionó la institución más importante para las artes gráficas en nuestro país y generó también la estrategia comercial de auto-sustento para la misma institución, a través de la custodia y venta de las obras, en su mayoría, que allí se generan, promoviendo la difusión del patrimonio artístico de nuestro país.
Su belleza física estilizada, y la franca sonrisa contrastaban con las manos entintadas –por sus funciones en el taller-, el delantal y su exposición permanente a tóxicos y fuertes olores como el tiner, la gasolina y tantas sustancias contaminantes…y a la vez creadora de un grabado delicado, que le llevo a ser conocida como la Maestra de Tintas.33
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